De falsos nacionalismos y soberanías mal entendidas.

Desde muy pequeño, en mi casa, me enseñaron a amar a mi país, sus costumbres, su comida, su naturaleza y, sobre todo, su gente, incluido yo, que también me quiero mucho.

Poco después, en la escuela, aprendí los conceptos de nacionalismo y soberanía.

Más adelante, me di cuenta de que varios de los eventos en nuestra historia, vendidos como actos nacionalistas y soberanos, habían causado, en realidad, los efectos contrarios a lo que yo entendía como tales. Y fue a mis catorce años cuando viví uno de los mayores absurdos a este respecto. El primero de septiembre de 1982, durante su último informe presidencial, dentro de una de las peores crisis financieras en la historia moderna de nuestro país, José López Portillo anunciaba la “nacionalización” de la banca.

Siendo mi padre mexicano por nacimiento, orgulloso banquero por mérito propio y siempre defensor de su nación, en mis tiernos tímpanos chillaba eso de “nacionalizar”. “¿Pues qué no somos mexicanos?”, me preguntaba. Ahí entendí, a la mala, cómo un gobierno puede tergiversar conceptos para su propio beneficio, llamando nacionalización a lo que era en efecto una estatización arbitraria.

“Ahora sí, la banca será de todos los mexicanos”, decían. La cruda realidad fue que los diez años de banca estatizada han sido los más oscuros en la historia de este sector, beneficiándose una pequeña camarilla, sí, de mexicanos, pero traidores y corruptos.

Treinta años después, es prácticamente unánime la idea de que esa decisión fue absurda e injusta, causando un daño irreparable al país, teniendo que reconstruir un sector que hoy en día sigue sufriendo las consecuencias de tan amargo suceso “nacionalista”.

Con respecto a la soberanía, también me di mis golpes de realidad desde muy temprana edad.

A mis hijos les cuesta trabajo entender que, de niño, me fascinaba volver de alguna vacación con bolsas de dulces y chocolates americanos, que no existían los coches importados, que el único proveedor de papel periódico en el país era una empresa controlada por el Estado, que las películas tardaban meses o inclusive años en llegar a nuestras sindicalizadas pantallas de cine y que tuvimos que esperar largo tiempo a la apertura de un primer McDonald’s, solo para soportar horas en una fila kilométrica, con la ilusión de comprar “comida rápida”.

Los anteriores son tan sólo minúsculos ejemplos de la época proteccionista en México, donde se beneficiaba a pocos y se dañaba a muchos.

¿Y a qué viene todo esto? Que bajo el falso cuento de la soberanía e identidad nacional, se defienden causas e intereses, en teoría a favor del pueblo, pero que en realidad son en beneficio de minorías y en perjuicio de todos los demás.

No cabe duda de que México se ha transformado en los últimos treinta años. Siendo la apertura comercial significativamente mayor, no hemos perdido el gusto por lo autóctono, pero sí nos hemos obligado a hacer mejor las cosas; el control del Estado en el sector empresarial ha disminuido y hoy vivimos una democracia -criticable, imperfecta, en pañales, inequitativa… puede ser, pero democracia al fin-, con indicadores que nos alientan a pensar que mantendremos ese camino en los años por venir.

Según el Diccionario de la RAE, soberanía nacional es: “la que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos”. Así, un pueblo o persona soberana, es quien puede decidir por sí solo.

La pregunta es: ¿somos más o menos soberanos los mexicanos hoy que hace tres décadas? Aprovechando los ejemplos mencionados, responderé con más cuestionamientos:

¿Es más o menos soberano el mexicano cuyos ingresos le dan la oportunidad de  elegir entre múltiples ofertas de financiamiento, a tasas de interés accesibles, o el que ni siquiera tuvo opción?

¿Es más o menos soberano el mexicano que puede escoger de un anaquel infinidad de dulces y chocolates, nacionales e importados, de precios altos, medios y bajos, o el que no tenía oportunidad más que de tomar el único chocolate que le ofrecían?

¿Es más o menos soberano el mexicano al que hoy le alcanza para un coche, dentro de una vasta variedad de precios y modelos, que el que carecía, ya no se diga de oferta variada, ni de acceso a crédito para adquirirlo?

Y sobre temas que seguimos discutiendo actualmente, ¿qué es más importante, que el agua y la luz sean controladas por el Estado o que le lleguen al consumidor en tiempo, forma y precio? ¿Qué hace más soberano al mexicano?

¿Será más soberano el país, extrayendo más crudo y operando de forma más eficiente, con la ayuda de terceros, que siendo dueño absoluto de una extracción cara y procesos obsoletos?

La soberanía se mide por el grado de autonomía de una nación y sus habitantes. Dicha autonomía no se mide por los bienes que se poseen, sino por la capacidad de generar riqueza con recursos propios y ajenos. Mientras más eficientes sean los mercados y mayor la capacidad de compra de los consumidores, más soberanos serán los habitantes y, por ende, su nación. No sin antes la garantía de un gobierno al estado de derecho y la seguridad de la población, asignaturas en las que tenemos todavía largo camino por recorrer.

Publicado originalmente en Periódico Reforma 23/08/2013

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