Ciudades para la gente.

Hace algún tiempo, un colaborador me comentaba que el tránsito, las marchas, el cierre de calles y demás inconvenientes citadinos le eran intravenosos. No entendí su metáfora, por lo que pedí me lo explicara: “Sí: al principio me dolió el pinchazo, pero hoy ya ni lo siento”. Seguía yo sin comprender. “Antes vivía en las afueras de la ciudad, en Cuajimalpa, y necesitaba un auto para venir a trabajar. Todos los días invertía cerca de dos horas y media en transportarme. Llegaba de mal humor a mi casa, sufría de colitis nerviosa y me gastaba un dineral en gasolina. Decidí mudarme a la colonia Condesa. Conseguí un departamento pequeño, pero frente al parque; vendí mi auto y ahora me vengo a trabajar en bici eléctrica y, cuando llueve, en Uber.”

Me di cuenta de a qué se refería realmente mi colaborador: había mejorado su calidad de vida de forma substancial a través de una transformación en su estilo de vivir.

Hoy en día, a menudo nos quejamos del caos vial en nuestra ciudad, creyendo que la solución es ensanchar las calles, construir más vialidades, puentes… más y más infraestructura, que nunca será suficiente para el torrente automotriz. Remamos contra la corriente, sin darnos cuenta de que nos vamos ahogando poco a poco.

Para quienes nacimos y crecimos inmersos en la cultura del automóvil, es difícil concebir un cambio tan drástico. Nuestra primera respuesta siempre es que “el día que haya buen transporte público, dejaremos el auto”.

Desde mi punto de vista, el proceso es algo más complejo. Todos –autoridades y ciudadanía– debemos trabajar por un bien común superior: crear una ciudad vivible, amigable y sustentable.

Lo anterior se logra con una mayor concentración de la ciudad, donde los trayectos largos sean la excepción; con barrios de usos mixtos, en los que comercios, viviendas y servicios convivan y disfruten de espacios públicos dignos.

Son necesarias políticas públicas que alienten este tipo de desarrollo urbano, invitando a los ciudadanos a repoblar las zonas céntricas. La Ciudad de México es ideal para tratar de poner en práctica este tipo proyecto.

Se puede comenzar por facilitar sistemas de transporte público y alternativo inteligentes, que combinen una buena oferta de infraestructura para transporte local con opciones de transporte de cercanías, que es igualmente necesario.

En cualquier ciudad, las zonas mixtas (donde cohabitan viviendas, oficinas, comercios y servicios), cuentan con mayor seguridad, no porque se les asignen más elementos policiacos, sino porque tienen actividad casi a cualquier hora del día. En las horas tempranas, se puede ver  a los padres llevando a sus hijos a la escuela, al empleado llegando al trabajo, al que hace ejercicio o pasea al perro… Por la tarde, se repite la misma historia. Con ello se genera una atmósfera vital muy distinta a la que se respira en las áreas dedicadas exclusivamente a oficinas o ciudades dormitorio.

Cuando leí por primera vez el libro Ciudades para la gente, de Jan Gehl, comprobé, de forma ilustrativa y muy amena, la gran transformación de calles, barrios y ciudades del mundo entero. Las ideas de Gehl han funcionado, tanto en Europa como en América, en ciudades pequeñas y en grandes metrópolis, en países desarrollados o en vías de desarrollo. Estoy seguro de que un poco de su teoría nos ayudará, no solamente a los habitantes de la Ciudad de México, sino a todos los mexicanos y a los latinoamericanos en su conjunto, a comprender hacia dónde debemos llevar el desarrollo de nuestras ciudades

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