Nacionalismo y soberanía económica.

En un mundo donde los imparables avances tecnológicos y la globalización obligan a una nueva realidad, aflora la demagogia y el populismo. “El nuevo nacionalismo”, como lo llaman ahora, no es más que una salida falsa a los problemas de una nación, buscando un culpable de los males, los miedos y las frustraciones, sumiéndonos en la era de la ‘posverdad’, un neologismo cuyo significado es la imposición de la subjetividad, las emociones y creencias personales sobre los hechos objetivos.

México, sus habitantes y su diáspora hoy son víctimas de esta posverdad, recibiendo ataques sin fundamento alguno. Primero en una campaña carente de valores, y ahora como intención de cumplir promesas a los votantes ávidos de cambio.

Pero la retórica dista mucho de la realidad. El beneficio que Estados Unidos ha obtenido recibiendo a migrantes mexicanos con ambición y ganas de trabajar es innegable; las eficiencias logradas tras más de veinte años de Tratado de Libre Comercio convirtieron a Norteamérica en un exitoso competidor contra los gigantes asiáticos, además de favorecer a las poblaciones de las tres economías con más empleos y mejores productos y servicios a precios competitivos. Infinidad de estudios serios lo avalan. Deshacer lo que ha traído tantas cosas buenas a la región sería el equivalente a darse un balazo en el pie.

No cabe duda que para México el Tratado ha tenido una mayor relevancia que para Estados Unidos y Canadá. Basta con ver el desarrollo de varias regiones del país. Sin perder el gusto por lo autóctono, nos hemos obligado a seguir los pasos de nuestros socios comerciales haciendo mejor las cosas; el control del Estado en el sector empresarial ha disminuido y, aunado a lo anterior, hoy vivimos una democracia -criticable, imperfecta, en pañales, inequitativa… puede ser, pero democracia al fin-, con indicadores que nos alientan a pensar que avanzaremos por ese camino en los años por venir.

Esta realidad la hacemos los mexicanos todos los días, con trabajo arduo y honesto. A lo largo de nuestra historia moderna hemos vivido situaciones críticas y complicadas: crisis, devaluaciones, hiperinflación, inseguridad, corrupción… podríamos seguir. Pero siempre hemos salido adelante y esta no será la excepción. Eso es hacer nación.

Un nacionalista es quien ama a su patria, sus costumbres, su comida… su gente, pero también aprecia y respeta a los demás. No lo es quien quiere resaltar los comentados valores denigrando y culpando de sus propias malas decisiones  al que nació o vive en otras latitudes, es de una raza distinta, diferente religión o estilo de vida. Cuando una nación se jacta de ser soberana económicamente, es por su capacidad de autonomía al generar riqueza con recursos propios y ajenos, no por los bienes que esta posee.

Vendrán meses y años de más ruido que hechos. México es más que cuatro años. Cualquier comparación con distintas zonas del mundo muestra que nos mantendremos como uno de los destinos más atractivos para inversión.  Debemos creer en esta tierra que es de nosotros, seguir trabajando,  invirtiendo y aprovechando las oportunidades que hoy existen y vendrán. Un pequeño ejemplo del potencial es el comercio de la industria química y petroquímica entre Estados Unidos y México, que es de 20 mil millones de dólares (mayor que los tres siguientes países juntos), de los cuales somos deficitarios en 15 mil millones. La reforma energética en proceso de implementación cambiará esa ecuación.

Ocupémonos de fortalecer nuestra soberanía  económica trabajando, invirtiendo y creando empleos… y exigiendo a los gobernantes, que es nuestro derecho, para lograr el grado de equidad y justicia que queremos. Pero todo derecho conlleva responsabilidades. Quien exige es porque cumple con la ley y paga sus impuestos.

Publicado originalmente en Periódico Reforma el 28/12/2016

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