Homosexualismo y religión.
Algo que siempre he agradecido es haber nacido dentro de una gran familia, tanto en el sentido cuantitativo -tengo decenas de tíos y tías, más de setenta primos hermanos de todas edades y los consecuentes cientos de sobrinos primeros, segundos y terceros-, como el cualitativo, arraigando valores como la unión, el respeto, la protección y defensa de los miembros de la familia antes que cualquier cosa.
Y debo también agradecer en estos tiempos a la tecnología, que de muchas maneras ha ayudado a mantener de diversas formas bien comunicada a esta considerable familia, a través de grupos de Facebook y Whatsapp, donde se informan eventos, cumpleaños y onomásticos, enfermedades y accidentes, logros, premios y demás acontecimientos; intercambio de fotos, venta de artículos, recomendación de servicio doméstico, etc. Dichos espacios también han servido para que distintos miembros explayen sentimientos, chistes e ideas diversas.
Hace unos días, en el ámbito de una de esas tertulias cibernéticas, surgió el tema obligado del homosexualismo: “¿nacen o se hacen?”, preguntaba alguien; “Es antinatural”, aseguraba otro, “dejen que cada quien haga lo que quiera” argumentaba alguno más.
En una familia tradicional, con profundas raíces católicas, los homosexuales, el aborto, los anticonceptivos, la unión libre y demás temas contrarios a la doctrina de la Iglesia siempre han sido muy controversiales, evitándolos al máximo y rechazándolos de inicio sin mayor oportunidad de análisis.
Con la vertiginosa tasa de crecimiento de nuestra estirpe, ha surgido la inevitable diversidad de ideas, con la marcada diferencia entre los que siguen la fuerte herencia religiosa y los que se han alejado.
En mi caso aplica la última, pues Miguel de Unamuno, Bertrand Russell, Friedrich Nietzsche, Richard Dawkins y algunos otros, aunado a experiencias a lo largo de mi vida, han influido mi pensamiento. Dicho lo anterior, no pretendo descalificar los valores intrínsecos del cristianismo, como amar al prójimo como a ti mismo, con los cuales coincido plenamente. Mi problema fundamental es con las interpretaciones literales, que causan precisamente los efectos contrarios a los de amor y comprensión.
El caso es que la discusión terminó en una invitación a una conferencia de un tal Dr. Richard Cohen. Haciendo una breve guguleada, comprendí quién era este personaje: un psicólogo “ex-gay”, converso del judaísmo al cristianismo, expulsado en 2002 de la American Counseling Association (ACA) por “violar su código de ética, que prohíbe a sus miembros adoptar medidas que busquen satisfacer sus necesidades personales a expensas de los clientes, abusar de la confianza y la dependencia de los clientes, y solicitar testimonios o la promoción de productos de una manera engañosa”[i].
Después de mi corta investigación no me llamaba la atención ir a ver a este señor. Pero ante la sentencia “no juzgues si no lo has escuchado”, no tuve más remedio que ir, aunque confieso que sí existía algo de curiosidad e incluso morbo por escuchar a alguien con tales antecedentes.
Ahí me presenté, en el centro comunitario de una parroquia para la alta sociedad en México. Tuvieron que acondicionar el estacionamiento para dar cabida a las más de trescientas personas que acudieron y pagaron la entrada por escuchar ‘Conocer y sanar la homosexualidad’.
El señor comenzó con una oración -claro estábamos en una iglesia- donde mencionó que Dios nos había creado para un propósito que todos debíamos seguir.
Luego comentó que él de niño había sufrido un fenómeno llamado AMS (Atracción por el Mismo Sexo). Hay que hacer notar que no lo llamó enfermedad, ni síndrome, sino fenómeno. Explicó que tuvo que soportar vejaciones, burlas y agresiones de otros niños. Que fue muy infeliz en su juventud y trató de buscar alivio con una pareja de su mismo sexo, pero siguió afligido, pues su sueño era tener una familia heterosexual.
Así, terminó su historia diciendo que conoció a Jesús por medio de su antigua pareja homosexual, que el Espíritu Santo de alguna forma le pegó [sic] y se dio cuenta que estaba mal. Desde ese momento cambió su vida, se casó con una mujer, tuvo tres hijos y se dedica a escribir libros y dar conferencias sobre su teoría de la sanación de la homosexualidad.
Prosiguió con una serie de ejemplificaciones de cómo los homosexuales son gente con problemas de autoestima, obtenida por diversos factores en la infancia, y que se debe curar con amor.
A estas alturas sinceramente quería salirme, pero no podía quedarme sin la sesión de preguntas y respuestas.
No soy psicólogo, ni psiquiatra, ni médico, ni investigador de ninguna índole, pero independientemente de que la Organización Mundial de la Salud eliminó el homosexualismo de la lista de enfermedades mentales desde 1992, la Asociación Pediátrica Estadounidense (APA) hizo lo propio mucho antes en 1973 y condenó las prácticas reparativas o de conversión sexual porque hay grandes probabilidades de que los pacientes sufran depresión o tendencias suicidas, sin contar los estudios que describen la homosexualidad como una condición y no una enfermedad, yo estoy claro de que el homosexualismo existe desde hace millones de años, no sólo en los humanos y sus predecesores en la cadena evolutiva, sino en varias otras especies animales.
Me siento privilegiado por tener muchos y grandes amigos, de distintos orígenes, credos y culturas, incluyendo varios homosexuales. A ninguno de ellos lo veo sufrir por su circunstancia. Al contrario, disfrutan su vida sin prejuicios. Y sí, defienden su condición y luchan por sus derechos, que son atacados por motivos puramente religiosos.
Me parece aberrante que una persona, bajo el paraguas de un supuesto profesionalismo, base su teoría en la Biblia. Dando como único argumento en contra del homosexualismo las sagradas escrituras, la palabra de Dios y que es una práctica antinatural.
Más aberrante aún, que padres lleven a sus hijos adolescentes a escuchar este tipo de “teorías”, educándolos en el prejuicio y la discriminación. Por más que me digan los partidarios de este hombre, que a los homosexuales los tratan con amor, a eso no se le puede llamar de otra forma más que DISCRIMINACIÓN.